Prácticamente desconocidos fuera de Galicia, los furanchos son uno de esos grandes secretos de la gastronomía gallega que solo los más avispados logran descubrir.
Y es que, al pensar en Galicia, seguramente te vengan a la mente sus verdes paisajes, sus bosques, el mar embravecido y, por supuesto, su afamada gastronomía. Pero lo que probablemente no sepas es que, escondidas entre viñedos y caminos rurales, existen unas peculiares tabernas que encarnan la esencia más pura de lo enxebre.
Son los furanchos, locales improvisados y efímeros —pues solo abren 3 meses al año— donde la hospitalidad y la tradición se respiran a partes iguales. Una experiencia auténtica que ningún viajero curioso debería perderse.
Pero, ¿qué es un furancho?
En Galicia, la hospitalidad se manifiesta de muchas formas, pero pocas tan auténticas como los furanchos. Y es que un furancho no es un restaurante de lujo. Ni pretende serlo. Es más bien un espacio sencillo, a menudo habilitado en el bajo de una casa, un garaje, un galpón o una bodega, donde se sirve el vino excedente de la cosecha.

Esta es una definición de andar por casa, aunque si prefieres una más técnica, la Xunta de Galicia los define, como «los locales utilizados principalmente como vivienda privada, donde sus propietarios venden el excedente del vino de la cosecha propia, junto con las tapas preparadas por ellos que sirven de acompañamiento”.
Quédate con la definición que quieras, porque eso es lo de menos. Y es que aquí lo que importa no es el lugar, sino la experiencia que se vive en su interior.
Los furanchos nacieron de la imperiosa necesidad de aprovechar el vino sobrante de la cosecha, una tradición que, según se cuenta, tiene ya más de 300 años.
Cuando el colleiteiro «abillaba» el barril, es decir, le colocaba la billa o grifo, colgaba una rama de laurel en la puerta. Una señal que anunciaba a los vecinos que «o viño xoven» ya estaba listo y podían pasar a catarlo. De ahí el nombre de loureiro, que aún perdura en algunas zonas.
Y como los gallegos somos apañados e ingeniosos, junto al vino, servido en cuncas como mandan los cánones, desfilaban bocados capaces de resucitar a un muerto: tortilla, raxo, zorza, empanada, pimientos de Padrón…
Un auténtico festín con el que cualquiera puede entender perfectamente porque sentimos tanta morriña de nuestra tierra cada vez que nos alejamos de ella.
¿Qué se sirve en un furancho?
Está claro que a un furancho se va a beber vino de la casa, servido directamente del barril y a poder ser en cuncas, que es como se llama a las tazas en Galicia.

En las Rías Baixas, que es donde se encuentran la mayor parte de estos establecimientos, el vino es Albariño cosechero y tinto Barrantes. Aunque no esperes el bouquet refinado de las bodegas comerciales. Aquí el vino es natural, sin sulfitos, con un encanto rústico que, en este contexto, sabe aún mejor.
Ahora bien, en lo que a comida se refiere, no todos los furanchos son iguales. Y esto es algo que hay que saber diferenciar bien si lo que deseas es vivir la experiencia auténtica de un furancho.
Los furanchos tradicionales, aquellos que se ajustan a la normativa de la Xunta, ofrecen una selección limitada de tapas de las siguientes: empanada, tablas de embutidos y quesos, pimientos de Padrón, oreja, chorizo, zorza, raxo, tortilla, croquetas, sardinas a la brasa, callos… Y, como no, para rebañar el plato, no falta un buen trozo de pan gallego.
Todo ello casero, producto de «kilómetro 0» en su máxima expresión. Suelen abrir solo durante unos meses al año, mientras dura el vino de la cosecha.
Pero también encontrarás establecimientos que, aunque adoptan el nombre de «furancho», se han reconvertido en tabernas, taperías o restaurantes, con una oferta más amplia que puede incluir platos como calamares, chocos, mejillones e incluso pulpo, y que abren durante todo el año.
En ambos casos, el ambiente suele ser acogedor, con mesas y bancos de madera, manteles de hule y una decoración «enxebre». Y para rematar la experiencia, algunos ofrecen postres caseros como la bica, la leche frita o las cañas, acompañados de un buen café de pota y licores artesanales.
Y un detalle curioso: si lo deseas, en los furanchos tradicionales puedes llevar tu propia comida y consumirla allí, pagando solo la bebida. Una costumbre arraigada que ningún furancheiro se negará a cumplir.
¿Cuándo abren los furanchos?
Estos establecimientos están regulados por el Decreto 215/2012 de la Xunta de Galicia, que fija que solo pueden abrir sus puertas al público desde el 1 de diciembre hasta el 30 de junio del año siguiente. Sin embargo, esta ventana de siete meses no implica que estén operativos durante todo ese tiempo.
La normativa establece que cada furancho puede estar abierto un máximo de tres meses dentro de ese período. Esta limitación responde a la naturaleza misma de los establecimientos, ya que son viviendas particulares con una producción vitivinícola limitada.
De hecho, muchos furanchos apenas abren mes y medio o dos meses, el tiempo que dura su cosecha de vino joven. Eso sí, en casos excepcionales, si el furancheiro tiene un buen motivo y convence al ayuntamiento, puede que consiga alargar la apertura como máximo hasta el 31 de julio.
Pero lo más importante, ¿dónde están y cómo encontrarlos?
Amigos, estamos ante la pregunta del millón. No esperes encontrarlos en las guías turísticas o en Google Maps, aunque cada vez hay más furanchos identificados.
Suelen ocultarse en zonas rurales de las Rías Baixas, especialmente entre Vigo y O Salnés. Aunque si quieres ir a tiro hecho, deberías visitar los municipios de Cambados, Meis, Meaño y Sanxenxo, donde se concentra la mayor parte de estos locales. También hay algunos en la zona de Betanzos.
Al no existir un censo oficial y dado que muchos operan con cierta discreción, el boca a boca sigue siendo el método más fiable para descubrirlos. Si tienes la fortuna de contar con un amigo gallego, ¡aprovéchalo!
Aunque si te ves con suerte, puedes buscarlos por tu cuenta siguiendo las señales: un laurel en la puerta, un pequeño cartel escrito a mano, o —el método infalible— un grupo de coches aparcados en un lugar insospechado.
Para los que se llevan mejor con la tecnología, hoy en día existen páginas web como Guia Furanchin o deFuranchos que, aunque no son plataformas oficiales, suponen un buen punto de partida.
Pero recuerda que no todos los establecimientos que aparecen en estas páginas web son furanchos auténticos. Algunos son tabernas enxebres que, si bien comparten cierta estética, no se ajustan a la normativa que regula los furanchos tradicionales.
Y un último consejo: los furanchos son efímeros, así que conviene llamar antes para asegurarse de que están abiertos. Y, sobre todo, no tengas miedo a perderte por los caminos de Galicia. A veces, las mejores experiencias se encuentran cuando menos te lo esperas.
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